Nutrición y desempeño intelectual
Cuando me mudé a Managua, mis hábitos alimenticios cambiaron drásticamente. En principio, desayunaba tardísimo: no me quedaba tiempo de prepararme un plato de comida, porque mi día estudiantil iniciaba a las 7 de la mañana. Esto significa que debía despertarme alrededor de las 4, para preparar mi desayuno, bañarme y tomar el bus… ¡que se tardaba como una hora en llegar! Cuando salía de la primera clase, me iba a la Rayuela o al King-Dog a buscar qué desayunar; no contaba con un presupuesto grande, así que compraba comida rápida.
En la tarde, debido al exceso de tareas, apenas y me quedaba tiempo para comer. Algunas veces almorzaba y cenaba al mismo tiempo, y casi siempre era en las fritangas: “es más barato”, pensaba yo. Pero no es así: ¡es mucho más caro! Mi comida de todos los días se basaba en grasas; no ingería frutas, vegetales ni granos. Lastimosamente, no era consciente del daño que le estaba infringiendo a mi cuerpo. Me preocupaba solamente por llenar mi estómago; no había comprendido que, con lo que comía, alimentaba el resto de mi cuerpo, especialmente el cerebro, que es un órgano fundamental para nuestro desempeño como estudiantes.
Ciertamente, las grasas son necesarias para el buen funcionamiento del cuerpo, pero la ingesta de estas debería representar solamente el 15% de la ingesta diaria. Como resultado de mi mala alimentación, mis calificaciones bajaron, gané mucho peso, me sentía sumamente agotado a lo largo del día y me aturdían los textos que debía leer ―que, por cierto, no eran complejos―. Consumía comida rápida porque ahorraba tiempo y dinero. Yo pensaba que comer frutas y vegetales no era barato, pero en realidad sí lo es, especialmente si uno los prepara.
Poco a poco descubrí que comer saludablemente no significaba comer frutas y verduras; nada más lejos de la realidad. Significa, en cambio, comer de forma balanceada. Debemos combinar las grasas y los carbohidratos con la fibra y las vitaminas que nos proporcionan las frutas y las verduras.
Por ejemplo, podemos ingerir dos bananos (que son muy baratos y fáciles de encontrar) al día. Además, podemos comer zanahoria, que es muy rica en vitamina A (para la vista) y fósforo (para el cerebro); piña, que contiene vitaminas del grupo B; carnes, fuentes de proteína para la regeneración de las células; y carbohidratos (arroz o frijoles), que nos ayudarán a mantenernos con mucha energía.
Además de todo esto, siempre debemos tomar agua para mantener nuestro cuerpo hidratado y con energía suficiente para sobrevivir la carga estudiantil. Por otro lado, es bueno siempre caminar. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche decía que caminar estimula el pensamiento y que, de hecho, no deberíamos confiar en las ideas que surgen mientras estamos sentados.
Mientras me fui acostumbrando a alimentarme de forma balanceada, a tomar la cantidad de agua requerida y a caminar lo suficiente, mi desempeño intelectual fue mejorando. Comencé a prestar más atención a las clases, comprender más fácilmente los temas y las lecturas, sentirme con más energías para hacer las tareas, ordenar mis ideas y pensamientos que afluían copiosamente y, como resultado, mis notas empezaron a subir. Claro, hice algunos sacrificios ―despertarme a las 3, por ejemplo, para cocinar—, pero ¡sí que valió la pena!