Migración estudiantil y adaptación universitaria
Escribo estas líneas pensando en aquellas personas que, como yo, han tenido que migrar para continuar estudiando; que conocen la sensación de incertidumbre producida por la repentina eyección en un mundo desconocido; y, sobre todo, que han experimentado aquellas horas inacabables en la abrumadora y asfixiante soledad dentro de cuatro paredes infernales. Ciertamente, cada persona tiene sus propios mecanismos para adaptarse y enfrentar los duros cambios de la migración. No pretendo dar aquí una serie de verdades, sino responder—desde mi experiencia como estudiante migrante—las siguientes cuestiones: ¿Cómo enfrenté este cambio tan drástico?, ¿cómo me adapté a la universidad?
A los dieciséis años de edad, abandoné mi lugar de origen para venir a estudiar a la Universidad Centroamericana (UCA). Yo vivía en un pueblo pequeño, de unos 30 mil habitantes, en el centro de Nicaragua. Jamás me había mudado y cuando lo hice, en 2012, fue de forma súbita. De la noche a la mañana, las personas que solían estar para mí—mi familia, mis amistades—no estaban más; el aire que respiraba contenía más monóxido de carbono que oxígeno; en las calles se veía más hierro que personas, más concreto que árboles; en fin, de la noche a la mañana, todo había cambiado. Pero claro, en el momento no fui consciente de ello.
Quien ha migrado sabe lo que significan las horas de encierro. Gracias a nuestro deficiente sistema de educación primaria y secundaria, los estudiantes de primer año de la u no tenemos la buena costumbre de visitar la biblioteca. Uno solamente pasa seis horas en el campus, pero ¿y las otras dieciocho? Respondo: las otras dieciocho horas las pasa uno eyectado, arrojado a un mundo desconocido y lúgubre, como un bebé que recién sale del vientre de su madre y entra en el frío de la tierra. ¿Cómo sobrevivir ante esto?
Cuando se migra, la vida cotidiana de las personas se llena de oquedades—si se me permite la antítesis. Es normal que busquemos cómo rellenar esos espacios vacíos, y hay muchas formas de hacerlo: el alcohol, las drogas, la danza, el teatro… En palabras de González Barea (2001), esta es la etapa migratoria, que se define como "las experiencias interculturales(1) vividas en la sociedad de destino”. En mi caso, fue la literatura la que me ayudó a sobrellevar tanta carga sobre mi espalda. Cuando tenía siete u ocho años, leí algunos cuentos de Hans Christian Andersen y de los hermanos Grimm; en secundaria, leí la saga completa de Harry Potter y algunos otros libros de ficción, además de los que se nos exigen. Así que, de alguna forma, sobrevivir en Managua significó reconectarme directamente con mi niñez y mi adolescencia.
Además de la literatura, las relaciones sociales también me permitieron adaptarme de forma más fácil. Entablé una relación amistosa con una muchacha que se llama Gabriela. Ella fue la primera persona que me acogió con los brazos abiertos en esta ciudad donde se omiten frases tan simples como «¡buenos días!» o «disculpe». Aún conservo la suya y otras amistades de primer año. Sin ellas, todo habría sido más doloroso, por lo cual les estoy inmensamente agradecido.
Finalmente, nuestra alma máter ofrece actividades extracurriculares en las que uno se puede inscribir con varios objetivos. Uno de ellos puede ser aprender un arte (como la danza, el teatro, la creación literaria, etcétera), otro puede ser conocer a más personas y entablar lazos de amistad. Además están los diferentes deportes (basquetbol, voleibol, futbol, karate, etcétera) y proyectos del Centro de Pastoral Universitario. Pero todo depende de cada persona, ¿cómo vas a sobrevivir vos?
Referencias
GONZÁLEZ BAREA, E. M. (2001). «Etapas de un proceso migratorio estudiantil:
marroquíes en la Universidad de Granada». Scripta Nova, 51 (94). Recuperado a partir de http://www.ub.edu/geocrit/sn-94-51.htm
Notas
(1) Las itálicas no son parte del documento original.