Aprendí a leer y a escribir
Estaba frente a la prueba diagnóstica de Español General. No sabía cómo extraer ni redactar la idea central de un texto; mucho menos escribir su síntesis. Antes de entrar a la universidad, yo pensaba que poseía el “don” de la expresión oral y escrita, pero en ese momento, me di cuenta de lo contrario. El tiempo terminó sin que yo hubiese resuelto todos los ejercicios. “Ni modo”, murmuré.
Luego de una semana, la profesora Hebé Zamora, quien nos impartía esa asignatura, nos devolvió las pruebas. La mía fue calificada con una gigante M: tenía que ir a monitoreo. No me desanimé. Debía aprovechar los espacios de estudio que me ofrecía la universidad. Además, era necesario poner especial empeño en esa asignatura, pues la profesora Hebé era caracterizada como una de las más exigentes del profesorado.
Al principio del cuatrimestre, la profesora nos mostró la importancia del hábito lector por medio de varios escritos de Galo Guerrero Jiménez. A partir de estos, redactábamos síntesis y valoraciones. Ahora me parece fácil, pero en ese momento casi toda la sección se enredaba en tales ejercicios. En la síntesis, por ejemplo, nos expresábamos en primera persona, y en la valoración aportábamos opiniones ajenas al tema del texto. Pienso que entonces, todos fuimos conscientes de lo poco que leíamos y de lo mal que escribíamos; esa era la clave, no existe buena escritura sin una voraz y profunda lectura.
Las equis, los subrayados, y demás correcciones en nuestros texto serán abundantes: había carencia de conectores, se expresaban dos ideas principales en un párrafo, los signos de puntuación eran pocos o demasiados, y, por supuesto, no faltaban las redundancias.Escribir con corrección me resultaba un verdadero reto.Mis ganas de aprender, sin embargo, era proporcional a mis errores. En las clases, cada palabra de la maestra absorbía mi atención, y, aunque me ausenté algunas veces, el monitoreo me sirvió bastante para reforzar los contenidos.
Después de varias semanas de trabajo continuo, llegó el momento de realizar la primera prueba sumativa, valía 20 puntos y contenía ejercicios similares a los de la prueba diagnóstica. Esta vez terminé a tiempo, y obtuve un resultado que me animó para el resto del cuatrimestre: solo perdí un punto.
Aprobé la asignatura con una calificación satisfactoria. Pero lo más importante fue que aprendí lo imprescindible de leer para poder escribir. Ahora veo estas actividades como hermosas aptitudes que debemos ejercitar día a día por el bien de nuestro desarrollo personal y profesional.